No soy macho o hembra. Soy varón o mujer. Somos personas, no animales. Por eso, la sexualidad humana no puede basarse en el instinto animal, el celo compulsivo de los genitales, los contactos efímeros. Nuestra sexualidad es personal, amorosa y procreadora. Expresa el don y la acogida íntimos de la persona mediante su cuerpo masculino y femenino. Por ser personal y para amarse, la sexualidad humana es inteligencia de su sentido, sabiduría moral de sus virtudes, libertad frente a la violencia y la ley del más fuerte, es gratuidad en vez esclavitud y mercado.
Fragmento Original
“La sexualidad no es un recurso para gratificar o entretener, ya que es un lenguaje interpersonal donde el otro es tomado en serio, con su sagrado e inviolable valor” (La alegría del amor, n. 151)
Comentario
Varón y mujer, a diferencia del macho y la hembra, no se relacionan según el mundo de las especies, sino que se comunican y unen en el universo de las personas, es decir, en el don y en la acogida del amor. No es mera reproducción de especie animal, con sus madrigueras. Es poder de engendrar nuevas personas, los hijos, y poder de conformar un hogar familiar, cálido y tierno, donde se viven los vínculos amorosos del parentesco.
Dado que la libertad y la inteligencia son propiedades del ser personal, a diferencia de las especies vegetales y animales, es también muy propio del pensar humano el equivocarse, el ignorar y el errar; y no menos típico de su libertad poder elegir el juego trivial y el placer pasajero para vivir una sexualidad de bajo nivel personal y sin compromisos serios. Algunos poderes ideológicos e intereses económicos la usan como una droga adormidera de las gentes, válvula de escape de tensiones, negocio lucrativo que explota a muchos seres humanos, con el fin de distraerles de las soluciones auténticas para los problemas reales.
Errar es humano, desde luego, pero empecinarse en el error –ya lo dijo Cicerón– es de estúpidos. Hay algo peor que la terquedad del necio, que es la malicia de los que convierten la sexualidad humana en negocio, droga, alienación para unos y explotación para otros. La experiencia demuestra, siglo tras siglo, que vivir una sexualidad impersonal, lúdica, sin compromisos y, además, instintiva y compulsiva en sus emociones, produce heridas, decepciones, hastío y tristeza y, al final, soledades y vacío existencial. Se paga un alto precio jugando con fuego. Quedas carbonizado.
Para evitar malos entendidos en el campo de la dimensión erótica del amor conyugal, los esposos deben proponerse una educación del deseo y de sus emociones. ¿Por qué y para qué? Porque el placer es vivencia sensual subjetiva y, si lo convertimos en fin único y principal, tiene el alto riesgo para la pareja de que cada uno se busque a sí mismo y utilice al otro como instrumento de placer. Si se me permite un ejemplo, es como si concibiéramos la nutrición como una acción cuya finalidad única o principal fuera el placer de comer y beber. Acabaríamos, como los romanos, vomitando para poder seguir comiendo, no para alimentarse. Por eso, es experiencia común y de consulta clínica que la reducción de la intimidad conyugal a un cerrado coitocentrismo y dentro de ese estrecho cerco, la obsesión individualista por el placer, no sólo debilita y enferma el mismo placer, sino que produce hastío, tristeza y distancia entre las personas, porque la instrumentalización unilateral o recíproca causa en la pareja desconfianza, inseguridad e insatisfacción interior.
La educación de los impulsos y deseos sexuales no es su represión. Por utilizar el ejemplo anterior de la nutrición, la represión supondría concebir la “buena “alimentación como aquella que es “buena” porque no tiene sabor alguno o, incluso, sabe horrible en la boca. En fin, la estupenda gastronomía, que es un arte con mucho amor y pericia, no es pozo de gulas y mala nutrición. A estos absurdos conducen las represiones.
La educación de la sexualidad la pide nuestra condición de personas en nombre de la verdad y bondad del amor auténtico. Es la experiencia del cultivo de las armonías entre sexo y amor, para evitar su disociación y contradicción. Esa armonía es clave para que la atracción sexual y el amor crezcan, y lo hagan unidos, en la vida íntima de una pareja. El placer que es integral, porque contiene la sensualidad del cuerpo y la sensibilidad del alma, es siempre una consecuencia que trae la entrega y la acogida amorosa, entera y sincera, entre quienes se unen íntimamente. Y esa entrega y acogida, para que nos den los frutos propios del amor verdadero, ha de cultivar y educar los valores que la hacen posible. Son los valores que nos hacen superar los egoísmos, las violencias y las manipulaciones sobre el otro. Por ejemplo, las delicadezas, respeto y ternuras, y sentido de la oportunidad que trae la templanza, la paciencia, y la prudencia, o la generosidad que nos libra de mezquindades miserables, o el consenso y las concordias que evita las imposiciones dominantes unilaterales. Y tantas otras virtudes que son la tripa del amor bueno y verdadero.
La educación de impulsos, pasiones y deseos de la sexualidad no perjudican la espontaneidad del amor; más bien, todo lo contrario, le dan verdad, bondad y profundidad personal. Y consigue que las relaciones sexuales íntimas sean fuente de confianza y compañía íntimas, en vez de miedos, inseguridades, complejos, manipulaciones, fingimientos, incomunicación, tristezas y soledades.