Para tener una sociedad más justa y sin maltratos

Para tener una sociedad más justa y sin maltratos

Pedro Juan Viladrich

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Quiero una sociedad en la que la mujer no padezca por ser mujer. Una sociedad donde la mujer disfrute poder serlo en toda su integridad, plenitud y libertad.

Fragmento Original

“Hay quienes consideran que muchos problemas actuales han ocurrido a partir de la emancipación de la mujer. Pero este argumento no es válido, es una falsedad, no es verdad. Es una forma de machismo´. La idéntica dignidad entre el varón y la mujer nos mueve a alegrarnos de que se superen viejas formas de discriminación, y de que en el seno de las familias se desarrolle un ejercicio de reciprocidad. Si surgen formas de feminismo que no podamos considerar adecuadas, igualmente admiramos una obra del Espíritu en el reconocimiento más claro de la dignidad de la mujer y sus derechos” (La alegría del amor, n. 54).

Comentario

Un día, hace ya muchos años, acudieron a mi consulta una mujer sexagenaria, acompañada de dos hijas y un hijo ya cuarentones. Los hijos presionaban a su madre para que se separase de su marido y padre respectivo. Alegaban que todos habían sufrido maltratos y violencia físicas y psíquicas. Crónicas y muy graves. Los detalles –por ejemplo, las fotografías y partes médicos– eran estremecedores. Ahora –argumentaban–, cuando nuestra madre ya es tan mayor y vive a solas con nuestro padre, las continuas vejaciones de este –pues le pega con frecuencia– nos son, como hijos, un escándalo familiar insoportable. ¡Tiene usted que librarla! Me pedían urgentes medidas de separación.

Pedí quedarme a solas con la mujer. Entonces, le pregunté: ¿Por qué ha aguantado tanta violencia tantos años? Me respondió: “Soy una mujer…, he venido a este mundo para sufrir”.  Me quedé helado un par de segundos.  Aquella resignación de la pobre mujer, tan sincera, tan dolorida y tan equivocada, con su destino de maltratada… era estremecedora y trágica. ¡¿Cuántas mujeres –pensé- han vivido esta brutal alienación de sí mismas?!  De súbito, una luz poderosa, mezcla de entendimiento y ternura, me inundó por completo.  Me transformó para siempre mi percepción de la mujer. Muchas veces he dicho a quienes trabajan conmigo que “tengo alma femenina”. Se me infundió aquel día.

Me explico.  Yo ya entendía, en mi intelecto racional, la injusticia intolerable de la violencia vergonzosa que, con frecuencia, se ejerce sobre las mujeres, el maltrato, crueldades, mutilaciones –como las extirpaciones de órganos–, y las servidumbres, verdaderas esclavitudes –como casar a las niñas–, que padecen en el seno de muchas familias, que no son muestra de amor y fortaleza de los varones, sino tiranía, abuso y degradación humanas.  Ya entendía que las violencias física, psíquica y sexual contra las mujeres en el seno de un matrimonio son lo más opuesto y contrario al amor y a la unión conyugal. También entendía que la “diferencia” entre varón y mujer –esas dos únicas pero diversas formas de ser igualmente humana persona– no podía interpretarse como jerarquía de un superior hacia un inferior, del amo a la sierva, del dueño a su propiedad. Todo eso y más discriminaciones, ya entendía mi entendimiento racional su injusticia y la necesidad de su liberación.

La luz nueva de aquel día vino, mientras oía aquel “soy una mujer…he venido al mundo para sufrir”, al mirar el regazo de su cuerpo femenino y envejecido. No fue otra idea, sino un sentimiento íntimo, una experiencia encarnada. Sentí como se siente una mujer.

¡Ningún varón –me dije– es seno de vida, ninguno tiene claustro materno! Es la mujer, por mujer, el ser humano en cuyo seno se concibe la vida, en cuya íntima compañía el hijo se humaniza, la primera que nos ama y nos enseña a amar. Aquella a la que, por mujer, le late adentro que la diferencia sexual es complementariedad para los diversos amores humanos, no escenario para la lucha de poder con sus amos y sus sometidos. No necesita tener físicamente hijos para ser seno íntimo de humanidad.  La mujer, por serlo, es siempre seno de amor y de vida. Es la mujer la más próxima a la intimidad humana, la que se la descubre a la persona del varón, la gran amada que hace amante al hombre y le ama.  Se me hizo luz acerca de porqué, siendo éste el don y la acogida del ser femenino, “los grandes enemigos” del amor y de la persona humana torturasen y crucificasen a la mujer. O la engañasen y corrompiesen para que odiase ser mujer y la feminidad.   De mil formas y durante toda la historia.

Me prometí aquel día nunca ser cómplice de tamaña conspiración contra la mujer. En todos los campos humanos. En la amistad, el compañerismo profesional, la con-ciudadanía, la vecindad, las relaciones culturales, económicas y sociales, los vínculos familiares con la madre, las hijas, las hermanas, y con mi esposa. La complementariedad con los varones y la humanización del ser humano por parte de la mujer ocurre, según modalidades propias y diferentes, en todos los campos de la vida humana. No sólo en el sexual y conyugal.

Temáticas: Mujer