La estima de la verdad y valía del ser mujer y la estima del valor de la familia son vasos comunicantes. Caminan juntas. Donde hay mujer, con su verdad y valía, hay matrimonio, familia y hogar. Y donde se valora el matrimonio y la familia, se estima a la mujer y la valía de la feminidad.
Donde la mujer es discriminada como un ser inferior, las familias son cárceles patriarcales en la que ella sólo vale como paridora y sirviente doméstica. Donde la mujer, en la búsqueda de su identidad femenina, se desorienta, se equivoca o se confunde, y rechaza una feminidad y maternidad, como realidades propias y diferenciales, y juzga una alienación la unión íntima con el varón, como esposo y padre, allí el matrimonio y el hogar familiar se debilitan, pierden “su seno” femenino, se fragmentan o, simplemente, se rechazan de plano. En todos esos casos, el varón se resiente en su identidad y se pierde en caricaturas –el machista, el maltratador, el insípido, el ocasional, el ausente, o el anónimo semental– de lo que debiera ser.
Fragmento Original
“La historia lleva las huellas de los excesos de las culturas patriarcales, donde la mujer era considerada de segunda clase, pero recordemos también el alquiler de vientres o la ‘instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura mediática’”. (La alegría del amor, n. 54)
Comentario
La defensa de la dignidad de la mujer continúa siendo una tarea pendiente, a pesar de los avances en su incorporación al mercado laboral y a la esfera pública. Aún persiste un afán de sometimiento hacia su cuerpo y su sexualidad. Lo que, en algunas propuestas del feminismo ideológico, podría entenderse como una liberación, en el fondo es una nueva forma de alienación y de esclavitud. La mujer necesita recuperar el insondable valor de su dignidad, para exigir siempre el mayor respeto a todo aquello que refleja su auténtica feminidad.
Sin la verdad de la mujer, matrimonio y familia pierden su identidad auténtica, se convierten en sucedáneos y caricaturas, y se resquebrajan. Porque la mujer es el seno de la intimidad humana, el seno donde se concibe la vida de cada hijo, el seno del amor primero que puede experimentar el ser humano. Y es obvio decir que el varón carece de seno materno. A veces este hecho diferencial y evidente, se olvida en las ideologías igualitaristas y uniformistas. También en la cultura popular y en la vida corriente. Solamente la mujer es seno de vida y de amor. El varón lo recibe de la mujer y al acogerla en su verdad, sin dominarla ni instrumentalizarla, la mujer encuentra el escenario humano, comenzando por la unión conyugal y la familia, donde ella puede ser, en libertad, toda la riqueza que posee y puede dar. Por eso mismo, un radical sentido del ser varón es la protección amorosa del seno femenino, cuidando al máximo que la mujer -principio de la intimidad amorosa humana- pueda ser todo cuanto es, en vez de ser maltratada, discriminada y sometida por ser mujer.
Pero borrada o, mejor dicho, prohibida la diferencia -que es un valor insustituible para que haya aquella dualidad complementaria que el amor reúne en la unidad conyugal-, ¿qué nos ocurre? Que a la luz suceden las tinieblas.
Ocurre que varón y mujer ya no saben lo que son, ni lo que cada uno es y tiene para el otro. Tampoco lo que pueden ser juntos, en el íntimo don y acogida de su complementaria diferencia, en la unidad de amor y vida que, solamente entre varón y mujer, es el auténtico matrimonio.
Ocurre lo que vemos en la cultura actual: que el matrimonio ya no significa nada cuando la ley da ese nombre a cualquier relación sexual. Las del mismo sexo, donde hay dos maridos sin esposa o dos esposas sin marido, y donde a ambos les es un imposible engendrar hijos propios y comunes. Las que, pudiendo, pactan por principio el no tener hijos. Las que se fundan para un tiempo, previendo su divorcio. Las que, bajo esa cobertura legal, pactan la promiscuidad, la infidelidad consensuada. Hoy el matrimonio civil es una torre de Babel. Un variopinto y contradictorio zoológico humano.