Pon a María, Madre de Dios, dentro de tu familia. Disfrutarás la presencia de su ternura, de su luz y de su fuerza.
Fragmento Original
“En el tesoro del corazón de María están también todos los acontecimientos de cada una de nuestras familias, que ella conserva cuidadosamente. Por eso puede ayudarnos a interpretarlos para reconocer en la historia familiar el mensaje de Dios.” (La alegría del amor, n. 30)
Comentario
María es la Hija, la Esposa, la Madre. María es la mujer —todas las mujeres— que hay en las familias. Lo es en la Anunciación. Lo es en el hogar de Nazaret. Lo es en las bodas de Caná, donde advierte como nadie que el vino del amor humano puede agotarse pronto y tiene el poder de conmover a Jesús para que transforme el agua común —el amor corriente— en vino o amor excelente. Ella está en la Cruz, es decir, en todos nuestros calvarios y cruces.
Como el discípulo amado la acogió en su casa, que cada uno la acoja en el hogar de su familia. Ser una familia amante de la presencia viva de María es, de algún modo, “comprometerla”, como en Caná de Galilea, a favor de nuestros amores familiares. Ella nos mantiene unidos. Ella enseña a rezar. Ella ayuda a reconciliarse. Ella enseña la generosidad, la paciencia, la alegría, la afabilidad, las gracias del buen amor. Ella trae a Jesús y se encarga de pedirle los milagros que nos hagan falta.