Cuando en muy variadas circunstancias digo ¡Dios mío! estoy diciéndole a Dios que es “mío”. ¿No es eso una barbaridad? Solamente el amor de Dios y su infinita fidelidad, por el que se nos entrega a cada uno, puede explicar semejante enormidad. La fidelidad entre los esposos es reflejo de esa fidelidad de Dios. No es sólo un deseo, sino las acciones concretas de ser fiel. Podría decirse que se “estrena” cada día.
Fragmento Original
“En el matrimonio se vive también el sentido de pertenecer por completo sólo a una persona. Los esposos asumen el desafío y el anhelo de envejecer y desgastarse juntos y así reflejan la fidelidad de Dios. (…) Cada mañana, al levantarse, se vuelve a tomar ante Dios esta decisión de fidelidad, pase lo que pase a lo largo de la jornada. Y cada uno, cuando va a dormir, espera levantarse para continuar esta aventura, confiando en la ayuda del Señor.” (La alegría del amor, n. 319)
Comentario
Los esposos se pertenecen, son el uno del otro, lo son por amor. La fidelidad es un meollo esencial de ese amor de unión. Sin fidelidad, no hay amor de verdad. Hace 35 años Lucía y Ramiro se conocieron y hace 30 se casaron. Luego de mirar las fotos que han tomado desde que se casaron, Lucía comentó: “cuando Ramiro pasaba las fotos yo no las miraba simplemente. Pensaba también en todos estos años de matrimonio, en nuestros hijos, en lo que hemos vivido. En esas fotos vi que estamos envejeciendo juntos y que lo seguiremos haciendo. Di gracias a Dios por estos años de fidelidad. Ahora que han pasado 30 años, Ramiro me dice que me extraña más cuando tarda en venir del trabajo y cuando tiene que viajar. Y yo también. Es como si con el paso de los años cada uno de nosotros necesitara más de la compañía del otro.”