Cuidado con los juicios y las condenas porque el amor de Dios es misericordioso

Cuidado con los juicios y las condenas porque el amor de Dios es misericordioso

Carlos E. Guillén

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Dios es Padre sin jamás cesar. Siempre está dispuesto al perdón, a la misericordia, a levantarte. No lo es por tus méritos. Tampoco deja de serlo sea cual sea el mal que hayas hecho.  Es porque Dios, en sí mismo, es así de bueno. Cada mañana sale a tu encuentro. ¡Estás a tiempo! ¡Nunca es tarde!

Fragmento Original

“«Hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición»” (La alegría del amor, n. 296). “Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio” (La alegría del amor, n. 297). “Acojo las consideraciones de muchos Padres sinodales, quienes quisieron expresar que «los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo. La lógica de la integración es la clave de su acompañamiento pastoral” (La alegría del amor, n. 299)

Comentario

Uno de los males más terribles es la soledad interior, su vacío y su angustia. Y uno de los gusanos más corrosivos es el que nos dice, adentro, que es demasiado tarde, que todo es inútil, que estamos irreversiblemente condenados por nuestros errores y pasos equivocados. Este gusano demoníaco, desesperanzándonos, nos aparta de Dios que, como Padre bueno y de amor fiel, nos espera sin desfallecer jamás para acompañarnos y levantarnos.

Cuánto bien les hace sentir a los que, por diferentes causas, se creen solos y condenados, saber que la Iglesia tiene las puertas abiertas para ellos. Sé de algunos que nunca en su vida habían sido practicantes, pero que después de pasado el tiempo, por una u otra razón o vivencia, quieren acercarse a Dios y dan un primer paso.

¡Qué consuelo les da poder entrar en la Iglesia, estar en una Misa, quizá recibir los sacramentos, con el debido discernimiento de cada situación en concreto! Qué gran descubrimiento saber que Dios, a pesar de todo, todavía estaba ahí esperándolos. A cada uno en su persona particular. De inmediato sienten la compañía interior, la tierna luz y la cálida presencia del Espíritu de Dios.

Es en ese momento en que uno es tocado por la gracia cuando caen todos los muros que uno se había armado. Es allí cuando, sin miedo al rechazo ni la angustia por ser tan de barro, viene de verdad el arrepentimiento por el mal que uno hizo y el bien que dejó de hacer. Aunque ya no se pueda regresar el tiempo o las cosas no puedan ya volver a ser como antes, algo muy profundo cambia en sus vidas. Y empieza, paso a paso, en dosis posibles, quizás pequeñas, el levantarse y el enderezarse. El primer síntoma de esa resurrección interior es el nacimiento interior de la voluntad de mejorar situaciones con los demás –empezando por los familiares– y aunque sea en una dosis pequeña, poniendo bien donde antes sólo había mal.

Quien decide recorrer este camino recibe una íntima experiencia de la compañía de la Trinidad: la del amor fiel, perseverante y misericordioso del Padre, la de la inspiración creativa del Espíritu capaz de infundirte vida y renovar lo mortecino, y las gracias y fortalezas de Jesucristo que te sostienen ante las inevitables resistencias, obstáculos, recaídas y desánimos.