Los esposos unidos no lo son por perfectos. Lo son porque, ocurra lo que les ocurra, lo aprovechan ¡juntos! para conservar su unión, hacerla crecer, o repararla de rutinas, cansancios y heridas. Eso es amarse con realismo cada día. Con el tiempo, creces en su arte y su sabiduría. Lo demás son cuentos de la buena pipa.
Fragmento Original
“Pero al unirse, los esposos se convierten en protagonistas, dueños de su historia y creadores de un proyecto que hay que llevar adelante juntos (…) al cónyuge no se le exige que sea perfecto” (La alegría del amor, n. 218)
Comentario
La unión conyugal se funda en una decisión libre y voluntaria –el consentimiento- el día de la boda.
A este compromiso llegan como son: nadie es perfecto. Cada uno con sus virtudes y defectos, con sus limitaciones, inexperiencias y alguna malicia egoísta. Pero con la voluntad conjunta de ayudarse y amarse siempre. De conservar viva su unión, de hacerla crecer y ser más profunda, de curarla de heridas, cansancios y rutinas. De cuidar esa unión, que es el gran patrimonio y riqueza de los esposos.
¿Cuándo y dónde? En lo que trae cada día la vida corriente. Cosechando allí el estar y vivir unidos. No conseguimos esa unión por ser esféricamente perfectos, sino por ser leales, fieles y sinceros entre nosotros. Y por corregirse, pedirse disculpas, no humillar ni despreciar, no dominar ni someter, respetarse mucho, darnos la mano y levantarnos uno al otro. Así nos crece la confianza íntima y nos damos compañía profunda. Porque de perfectos, poco; pero de amarnos, mucho.