Quien ama de verdad…, no condena, no da la espalda, acoge y levanta. Lo hace con ternura, misericordia y dando esperanza. Sin espectáculos, ni apariencias. Con discreción y de corazón.
Fragmento Original
“El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero… Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita” (La alegría del amor, n. 296)
Comentario
La Iglesia es, muchas veces, duramente criticada por defender la verdad y los valores que una sociedad quiere olvidar. Pero la verdad es irrenunciable. Sobre todo, para quienes somos muy imperfectos. ¿Qué sería de cada uno de nosotros y de nuestros defectos si no pudiéramos conocerlos y corregirlos a la luz de la verdad? Menos mal que nos queda ese faro.
No pocas veces también es cierto que somos los miembros de la Iglesia quienes, con nuestras actitudes vacías de amor, provocamos estas críticas y escandalizamos.
En nuestras casas, con nuestra familia, es donde tenemos las primeras experiencias concretas de la misericordia de Dios. Viendo a nuestros padres perdonarse luego de una pelea, aprendiendo a perdonar a nuestros hermanos y, sobre todo, cuando, después de comportarnos con ingratitud, nuestros padres siguen amándonos y nos reciben con los brazos abiertos al volver de nuestras derrotas.
Es así como aprendemos el buen amor, el acompañar y aconsejar a nuestros amigos, a las personas que encontramos en el camino, no a criticarlas, ni condenarlas. Quien es cristiano imita a Jesucristo. Él mismo nos dijo que no vino a condenar, sino a salvar. El poder de acompañar, levantar y salvar del amor es enorme, porque toca directo al corazón.