La misericordia de Dios es para todos

La misericordia de Dios es para todos

Edgar Tejada Zevallos

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No hagamos a Dios a imagen y semejanza de las frialdades, venganzas y odios del hombre.

¡Qué enorme blasfemia presentar el rostro de Dios con las máscaras humanas! Él es siempre, sin cansancio de su fidelidad y amor, el buen padre de todo hijo pródigo y el buen samaritano de cualquier malherido y marginado.  Él no es aquel implacable fiscal, despiadado juez o cruel verdugo que nosotros somos contra nuestros enemigos.

Fragmento Original

“Una reflexión sincera puede fortalecer la confianza en la misericordia de Dios, que no es negada a nadie. Se trata de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento que orienta a estos fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios” (La alegría del amor, n. 300).

Comentario

El Papa Francisco pone especial empeño en que los cristianos, y en especial los que tienen responsabilidades ministeriales, no oculten la verdad de Dios Trino, su rostro y corazón auténticos, disfrazándoles con las mezquindades humanas. Es decisivo que cualquier persona conozca la misericordia de Dios, la incesante disposición a perdonar, levantar, resucitar, curar el alma humana e infundirle nueva vida.

Hoy abundan situaciones personales en cuyas vidas se han fracturado sus matrimonios y familias. La fiel misericordia del Padre no es bendecir los vicios del hijo pródigo, sino salir cada mañana, con el corazón abierto, a la espera del regreso del hijo a casa, es decir, su vuelta a la vida viva, no el aplauso a la muerta. Pero el Padre sale al encuentro, ama y perdona, reincorpora y lo festeja. El amor de Dios no bendice a los ladrones que robaron y dejaron malherido al caminante, sino que se encarna en el buen samaritano que no da la espalda, sino que se ocupa de curar al ser humano, cualquiera, que maltratado y marginado podemos hallar en las cunetas de la vida. Jesús vino a salvar, no a condenar. Aplicar con discernimiento, a cada situación particular, la misericordia de Dios es personalizar las situaciones concretas, evitando juzgarlas de forma genérica, abstracta y anónima. Personalizar es llevar a cada persona, desde la comprensión de su circunstancia biográfica particular, al enderezamiento mediante pasos, a veces pequeños, pero posibles en cada uno de los cuales hay una mejoría, un mejor amar, un menos odiar y hacer daño. No pasos imposibles, ni tampoco desahucios sin esperanza. Nunca desheredando al hijo pródigo, ni dando la espalda, por no quererse comprometer o bien por despreciar, a los que en la vida han resultado malheridos, marginados y abandonados.

El Papa Francisco nos recuerda que las normas y leyes no pueden utilizarse para apartar a los hombres del encuentro con el amor, la misericordia y el perdón de Dios. El sentido de las normas es acercar a Dios, canalizando caminos, no el de ocultar el auténtico rostro de Dios convirtiendo las normas en muros y a Dios en una máscara. Con estas advertencias, en realidad el Papa Francisco no hace sino rememorar hoy el Espíritu de Jesús, su manera de actuar tan cercana a enfermos, publicanos y pecadores, su libertad frente a los tópicos muertos de las prescripciones religiosas de escribas y fariseos. No estará de más recordar que en eso Jesús fue poco comprendido hasta por sus cercanos discípulos, y odiado a muerte por aquellos que empezaron a tramar como hacerle desaparecer.

Cuando el Espíritu de Jesús anida en quien debe discernir una situación concreta y particularizada, ocurre una mejor ubicación del cumplimiento las normas que, en sí y por sí mismas, no son la cuestión esencial y principal. La cuestión primera y la decisiva es que ocurra la sincera apertura del corazón del interesado y se produzca su resolución a enderezar, en la medida que es posible desde sus circunstancias particulares –sin causar nuevos y mayores males–, su reencuentro personal y de su vida con Jesucristo, el Salvador. Nada de este mundo puede convertirse en un obstáculo infranqueable al derecho de todo ser humano a amar como Jesús nos enseñó, recobrando el camino auténtico. Obviamente, en aquella medida de crecimiento y mejora en que ese mandato de amor es posible enderezar desde cada circunstancia biográfica particular.

En muchos casos, bastaría con esas dosis posibles de mejora, vividas con auténtica decisión, para que muchas familias divididas y enfrentadas, entre otras causas por los divorcios, pusieran punto final a la extensión de daños, resentimientos y odios, y empezaran a mejorar aspectos importantes de sus complejas relaciones. Los hijos menores de padres divorciados serían los primeros en recibir estas mejorías en el equilibrio, crecimiento y maduración de sus personalidades, en la restauración de lazos familiares con sus padres y abuelos, y en la pacificación de sus situaciones vitales. Es una mejora conseguir que el cáncer de un divorcio no inunde de metástasis a todo el resto de los lazos familiares: hijos, abuelos, hermanos, primos…

Temáticas: Misericordia