El amor es misericordioso, incondicional y gratuito

El amor es misericordioso, incondicional y gratuito

Pedro Juan Viladrich

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Jesucristo no vino como fiscal, juez, carcelero, ni verdugo. Vino como redentor, salvador y libertador.  Para todos sin excepción. No lo hizo escribiendo un tratado de teología, filosofía o moral. Lo hizo mediante “el Amor vivido” en su propia vida.

Fragmento Original

“… quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: «Dos lógicas recorren toda la historia de la Iglesia: marginar y reintegrar […] El camino de la Iglesia, desde el concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración […] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero […] Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita». Entonces, «hay que evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones, y hay que estar atentos al modo en que las personas viven y sufren a causa de su condición». (La alegría del amor, n. 296) “Se trata de integrar a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia «inmerecida, incondicional y gratuita». Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se encuentren” (La alegría del amor, n. 297)

Comentario

Algunos se han centrado en el capítulo 8 de La alegría del amor como si fuere el principal. No es así. Los textos más importantes están en los siete capítulos anteriores, por la sencilla razón de que en ellos se exponen los diversos amores que se viven en la familia. El de los esposos, los padres y madres. El de los hijos y hermanos. El de los abuelos y los nietos. El del conjunto de la familia, como unidad, sobre todo a sus miembros más frágiles, sus niños y ancianos, los enfermos y necesitados. La familia es el primer hospital de la vida y su medicina es la mejor, porque administra el amor incondicional, fiel, con entregas y acogidas íntimas, para toda la vida.

¿Cómo no han de ser estos siete primeros capítulos los más importantes, que nos manifiestan la enorme y profunda riqueza de los amores familiares, en comparación con el octavo que trata sobre las situaciones “irregulares”, es decir, de algunos defectos, derivas y ausencias?  ¿Cómo no van a ser más decisivos los siete primeros, que son el faro, si es bajo su luz cómo debemos discernir las situaciones irregulares, acompañarlas para evitar mayores naufragios, y ayudarlas para acercarlas a puerto seguro en la medida que sea posible?

La lectura de La alegría del amor exige una intención limpia, recta e inspirada en el Espíritu del Evangelio. Es decir, un corazón tierno que ve al prójimo bajo el latido del amor. No un corazón de piedra.

Ahora bien, la obsesión por concentrarlo todo en el capítulo octavo y, puestos a decirlo con rotunda franqueza, por reducir y encallar todo el esfuerzo del Papa Francisco afirmando que ha cambiado la tradicional doctrina sobre el acceso a la Eucaristía de los divorciados de matrimonio canónico y vueltos a casar civilmente, me parece un enfoque equivocado y sesgado, que se arriesga a caminar por el borde de la deslealtad al magisterio del Primado y de la Iglesia, y puede desembocar en actitudes y propuestas contrarias al Evangelio.

Son innumerables los pasajes del Evangelio en los que Jesús, en vez de alejarse de las personas con vidas irregulares, se acerca a ellas hasta tocarlas, les pone sus dedos en los oídos y su saliva en la boca, y las cura de sus “males”. Además, deja muy claro que el sábado –las normas- está hecho para el bien del hombre, no el ser humano para el bien del sábado. Queriendo decir, con rotundidad, que el hombre -el acercarlo a su bien verdadero- es el sentido y finalidad de las normas, pues éstas son cauces o medios, pero no lo supremo, que es el encuentro real de cada particular persona concreta con Dios.

La Nueva Noticia de libertad y salvación sobre la esclavitud y destrucción del pecado, que es el Evangelio, no consiste primaria y principalmente en un sistema doctrinal, ni un elenco moral –como afirmó con clara lucidez Benedicto XVI en su Encíclica Dios es amor–, sino en un encuentro personal con Dios. La verdad, el camino, la Vida no son en el Evangelio ideas, conceptos o principios doctrinales. La verdad, el camino y la Vida son una Persona real, concreta, que se nos da y acoge íntimamente: es Jesucristo. Y el Verbo de Dios no se encarnó en nuestra naturaleza humana con el fin de acusar, juzgar, condenar, encarcelar, excluir y ejecutar. Si no para liberar y salvar. Lo hizo por amor y para enseñarnos a amar, como el Hijo y el Padre se aman en el seno del Espíritu Santo, y como la Trinidad ama con infinita misericordia y fiel amor a cada una de las personas humanas. Jesucristo, para librarnos y salvarnos del pecado, nos amó hasta la muerte y muerte de Cruz.

Nadie, y menos en la Iglesia, tiene el derecho a interponerse entre el amor de Jesucristo y las personas que, sea cual sea su situación vital, buscan con sinceridad y abren su corazón a Jesucristo. Nadie tiene derecho a impedir que Jesucristo mismo vaya en busca de la oveja perdida.   Esa es la óptica fundamental de La alegría del amor para las situaciones “irregulares”. Como en la parábola evangélica, se trata de “conocer” en su singular particularidad y circunstancias cada caso concreto de “oveja perdida” y “discernir” el camino, con los pasos posibles en cada caso, para acercar su vida a Jesucristo. Pero no olvidemos el método de Jesucristo: deja a las 99 a buen recaudo, y se va personalmente en busca de la oveja perdida.

Temáticas: Misericordia