Caminos hacia Dios

Caminos hacia Dios

Susana Mosquera

EspañolEspañol | English English

El súbdito de la ley es un tipo genérico e impersonal. La ley moral o jurídica no ama, sino que ordena y manda. Son las personas en concreto las que se aman. Y es Dios mismo quien, en Jesucristo, nos revela que la ley suprema es la del amor.  Se nos ha dado el derecho a amar como Jesús nos enseñó. Este derecho a amar, y el deber de hacerlo enderezando cualquier circunstancia adversa, es fundamental.

Fragmento Original

“(…), un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones “irregulares”, como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas. (…) A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado –que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno- se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia. El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites (…). (La alegría del amor, n. 305)

Comentario

Cada persona humana, con sus circunstancias biográficas, es única y su valía particular exige en justicia ser atendida sin quedar anulada por el carácter abstracto y genérico de la ley moral o jurídica. Sin esa atención a la persona en singular, la ley puede producir injusticias crueles y despiadadas. Es por eso que existen, como exigencias de justicia hacia la persona, las atenuantes y las eximentes. No sólo en las leyes morales, incluso en los códigos penales.

La misión de los Pastores no es la de los fiscales, jueces y policías. Su misión se parece más a la de los médicos, que se nos acercan para curar nuestras enfermedades. O, mejor dicho, la misión es la que enseñó Jesucristo que pasó su vida “haciendo el bien” a cada persona, no culpando ni echando en cara los pecados, sino curando a cada quien su enfermedad. Esa misión sanadora –de consuelo, alivio y ayuda– concierne a todos, esposos, padres y madres, hermanos, amigos, por ser cristianos, es decir, por amar.

Pero no es sencillo vivir día a día esas reglas de amor y de misericordia que nos presenta con tanta sencillez el Papa Francisco. Unas reglas morales de obligado cumplimiento, que se aplican a todos sin excepción, sin atenuantes ni eximentes, nos hacen muy fácil hablar de buenos y malos, separarlos en dos bandos, y simplifica la tendencia a enjuiciar y condenar: se está en el bando correcto o no se está. Pero cada persona humana es única, compleja, tiene luces y sombras, hoy se despierta generoso y bondadoso, pero mañana no querrá saber nada de esa ayuda que le pide su prójimo, porque en todos nos anida una tendencia al egoísmo y a preferirnos a nosotros mismos. Además, no vivimos solos y, a veces, el entorno que nos rodea nos hace daño y las personas más próximas –un esposo o unos padres o hermanos, por ejemplo– pueden oscurecer nuestras vidas y empujarnos a desiertos y precipicios muy dolorosos

La familia que por distintas razones se ha apartado de la Iglesia y, sobre todo, de amarse incondicionalmente,  encuentra a veces muy difícil localizar el camino de regreso. Es cierto que el auge de la unión civil o, de hecho, los divorcios y las situaciones irregulares dentro de la sociedad actual presentan un panorama aparentemente desolador para el cumplimiento de los mandatos morales de la fe. Pero habrá que encontrar para cada persona en concreto, en esas circunstancias particulares, la oportunidad de mejorar, aunque sea una dosis o un aspecto del total, reparando en lo posible los daños cometidos, encontrando un camino que endereza a mejor.

Un primer camino es enseñar a hablar con Dios bajo cualquier circunstancia. La oración no es un monopolio de la “gente buena y en orden”. Es la conversación de cualquier ser humano a su Padre, sobre todo en circunstancias difíciles, oscuras y dolorosas. Otro camino puede ser a través de los sacramentos que, sin caer en cuenta de su oportunidad de encuentro personal con Jesucristo, muchas veces se siguen celebrando por inercia, costumbre o uso social. Que el bautizo o la comunión de un niño cuyos padres no están casados por la Iglesia, sirva como puente de comunicación con esa familia para lograr conformarla como familia cristiana. Puede ser una labor difícil y solo a medias exitosa, pues el momento cultural actual no facilita la difusión del mensaje cristiano, pero no por ello se debe renunciar a ayudar a esas personas que, en sus corazones, siguen cercanas a Jesucristo y sienten la nostalgia del amor verdadero, aunque por razones muy diferentes viven apartadas de la Iglesia.

Temáticas: Misericordia