El elogio, entre quienes se aman, es sol que ilumina sombras, lluvia que reverdece lo reseco, brisa que acaricia con ternura y ablanda el corazón. Qué dulces son los halagos entre los esposos, cuán estimulantes las palabras de aliento de padres a hijos, qué bien sientan los gestos de agradecimiento y las palabras de reconocimiento en el hogar.
Fragmento Original
“El que ama es capaz de decir palabras de aliento, que reconfortan, que fortalecen, que consuelan, que estimulan” (La alegría del amor, n. 100)
Comentario
Una forma cotidiana de expresar amor son los gestos y las palabras. Todos hemos experimentado alguna vez cómo una palabra amable puede alegrarnos todo el día, y, por el contrario, una palabra tosca o un comentario desagradable puede tirar nuestros ánimos por el suelo. El que ama de verdad no tiene la boca dispuesta a decir cosas que lastiman. Quien tiene por hábito dar puñaladas, no tiene amados sino enemigos, no ama, más bien odia.
A veces en familia, entre hermanos, puede suceder que perdemos la costumbre de decirnos cosas buenas y tener un trato amable, incluso convertimos las discusiones y peleas en lo cotidiano. Algunos esposos nunca se dicen cosas buenas. Si se hablan es para dispararse reproches. Y así se matan el amor que se tuvieron.
Pero para decir cosas amables –según entiendo– es importante conocer a la entera persona. Ella no es solo aquellas cosas que hace y nos molestan. Ella es también su lado bueno, sus fortalezas y virtudes. Si una se pone ante el espejo de sí misma, descubre pronto cuanto nos anima que aprecien nuestras cualidades, en vez de etiquetarnos y condenarnos reprochándonos, una y otra vez, nuestros defectos. Es más, cuanto más nos animan, más ganas y fuerzas nos dan para corregir nuestros defectos. En las relaciones familiares es clave el mirarnos unos a otros en positivo, mucho más que los aspectos negativos. De esta forma nos saldrá más natural y con más frecuencia una palabra de aliento, de aprecio y reconocimiento, que hará más agradable el convivir del día a día.