El amor no esclaviza

El amor no esclaviza

Rosario García Naranjo

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¿El futuro? Sé valiente. Lúcido. Ni ciego, ni cobarde, ni débil. Pregúntate: ¿él o ella tienen las fortalezas y virtudes personales para formar una matrimonio unido y estable? ¿él o ella poseen condiciones para hacer felices a nuestros hijos? ¿Lo más importante para mi novio/a es él mismo o ella misma? No te arriesgues a destrozar tu vida y la de tus hijos. Sería un coste brutal.

Fragmento Original

“La preparación de los que ya formalizaron un noviazgo … también debe darles la posibilidad de reconocer incompatibilidades o riesgos. De este modo se puede llegar a advertir que no es razonable apostar por esa relación, para no exponerse a un fracaso previsible que tendrá consecuencias dolorosas. El problema es que el deslumbramiento inicial lleva a tratar de ocultar o de relativizar muchas cosas, se evita discrepar, y así solo se patean las dificultades para adelante. Los novios deberían ser estimulados y ayudados para que puedan hablar de lo que cada uno espera de un eventual matrimonio, de su modo de entender lo que es el amor y el compromiso, de lo que se desea del otro, del tipo de vida en común que se quisiera proyectar.” (La alegría del amor, n. 209)

Comentario

Mónica y Eduardo fueron novios durante cinco años. Eduardo es una persona “muy especial,” a decir de los que lo conocen. No se puede discutir con él. Siempre quiere ganar y se fastidia cuando ve que no tiene la razón. Entonces insiste muy terco. Manipula los argumentos. Se irrita. Hasta violento. Las discusiones acaban porque los amigos cambian de tema. Ya lo conocen. Cuando fijaron la fecha para la boda, las hermanas fueron a hablar con Mónica para que desistiese de su decisión. Le dijeron: “Mónica, Eduardo es muy difícil, no sólo es mandón … te podríamos decir que es déspota. Ya sabes que él quiere que todo el mundo le obedezca, porque él siempre tiene la razón y cuando no se le obedece, levanta la voz. No vas a ser feliz, estás a tiempo.”

Mónica se mantuvo firme, les agradeció y les dijo: “Conozco muy bien a Eduardo y lo quiero. Tiene defectos como cualquiera, pero conmigo va a cambiar. Yo lo voy a hacer cambiar”.

A los dos años de casados Mónica y Eduardo se han separado. No quieren saber nada el uno del otro. El sólo sabe hablar de ella mediante insultos violentos. Ella ha quedado devastada, con una profunda depresión y crisis de autoestima. Al menos no tuvieron hijos que destrozar. ¿Qué pasó? ¿Si habían sido novios casi cinco años! Probablemente fue que, a pesar de los cinco años, Mónica se negaba a ver a Eduardo tal cual era. Mónica no se atrevía a dejarlo. Ella se convencía de que, tras la boda, sería capaz de cambiarlo. Pero un matrimonio no es un sanatorio psicológico, ni una esposa es una psiquiatra y enfermera. Mónica no sopesó con lucidez que no hay amor verdadero y bueno donde una parte –en este caso Eduardo- es un dominante, necesita tener la razón en todo y controlarte hasta la respiración, no tolera ninguna negativa a su voluntad, te trata como si fueras una cosa de su propiedad.

Casarse no es hacerse sierva de un amo. Un tirano, irascible, pronto al maltrato… no te ama. Te somete y esclaviza. Y eso de amor no tiene nada.

Temáticas: Enamoramiento