Somos "piedras vivas"

Somos «piedras vivas»

Rosario García Naranjo

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Los padres ayudan a los hijos a construir su propia vida, respetando su libertad. Los hijos no son ladrillos inertes sino piedras vivas. No son criados sumisos, sino personas. La vida de los hijos no consiste en cumplir los sueños de sus padres, sino en realizar los suyos propios.

Fragmento Original

“Si los padres son como los fundamentos de la casa, los hijos son como las “piedras vivas” de la familia (cf. 1 P 2,5). Es significativo que en el Antiguo Testamento la palabra que aparece más veces después de la divina (…, el “Señor”), es “hijo” (ben), un vocablo que remite al verbo hebreo que significa “construir” (banah)” (La alegría del amor, n.14)

Comentario

Los padres, fundamentos de la familia, ayudamos a los hijos a que se vayan haciendo, a que vayan construyendo su propia vida. Los ayudamos, no los sustituimos en esta tarea, porque respetamos su libertad. Los hijos no son una propiedad de los padres. Son personas que han de ejercer el señorío sobre sí mismas. Los padres educamos –que es cultivar y ayudar– la maduración y toma de posesión de sus propias soberanías. Ese es el “servir”, por y con amor, a la vida de los hijos que los padres engendraron.

La vida de los hijos no está construida con ladrillos inertes que los padres pueden colocar aquí o allá según les parezca. Los hijos son “piedras vivas” –es decir, personas dueñas de su vida-, y en cuanto vivas tienen un movimiento propio, son libres y soberanas.  Amándoles con esta consideración, los padres les enseñan “el respeto al amado en el amor”. Este aprendizaje les será un tesoro imprescindible en sus futuros amores.

A veces los padres quizás sin quererlo, hacemos proyectos sobre el futuro de nuestros hijos. Proyectos como que deseamos que sean los mejores estudiantes en la escuela o en la universidad, que se casen con cual o tal persona, que elijan tal o cual carrera. Creyendo que intervenimos “por su bien”, olvidamos un dato fundamental: obligarles a un bien por encima de su libertad “corrompe” ese bien, lo convierte en un mal y un daño. Verdad y bien exigen la libertad de la persona en el conocer y el querer por sí misma.

Nos damos cuenta de que imponemos proyectos cuando, por ejemplo, bordeamos casi el repudio al hijo que no es el buen estudiante que “exige el apellido”, o no escoge la profesión que soñamos, o se casa con una persona que no nos termina de convencer, o no tiene éxito económico o social. Y se lo reprochamos y le condenamos. En esos momentos es bueno darse cuenta que la vida de nuestros hijos no es la nuestra, que nos son ladrillos inertes sino piedras vivas, y que como tales lo que nos corresponde es, darles los consejos oportunos, aceptarlos como son y confiar en sus decisiones. Y, en caso de no les vaya bien, nuestro servicio a su vida es ayudarles, acompañarles, darles la mano para que se levanten.

Somos padres.: los que siempre dan vida a sus hijos; no los que la condenan y matan.

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