Soy abuelo: padre de padres. No soy un viejo marchito. Soy persona mayor. Sé cómo puedo, aquí y ahora, mejorar este mundo.
Fragmento Original
“La mayoría de las familias respeta a los ancianos, los rodean de cariño y los consideran una bendición… En las sociedades altamente industrializadas, donde su número va en aumento, mientras que la tasa de natalidad disminuye, estos (los ancianos) corren el riesgo de ser percibidos como un peso. Por otro lado, los cuidados que requieren a menudo ponen a dura prueba a sus seres queridos” (La alegría del amor, n.48).
Comentario
En la primera ocasión que el Papa Francisco, en La alegría del amor, se refiere a los “ancianos”, lo hace en el capítulo de pruebas y tormentas por las que hoy navegan las familias –el cap. segundo– y plantea el gran dilema: ¿los “entrados en años”, los “abuelos”, son una bendición o una maldición, un alivio o un peso para sus familias?
La respuesta hay que preguntarla a los propios ancianos. No sólo a su entorno. Cuando acumulas años, estás en condiciones de experimentar un milagro interior. Tu cuerpo declina, va acumulando pérdidas y limitaciones. Sí, pero, al mismo tiempo, descubres que, si quieres de verdad, puedes crecer más y más en tu espíritu personal. Puedes ser más afable, comprensivo, cariñoso, tierno, cálido, paciente, generoso, y así con todos los valores interiores del espíritu. Puedes crecer más y más como persona, mientras disminuyes como cuerpo que declina.
Aquí hay una elección suprema: o te dejas que tu cuerpo gastado y enfermo, con sus mañas y negruras, sea el jinete que monta a tu persona …; o, al revés, tu espíritu personal, aprovecha la debilidad del cuerpo, de ese antiguo potro desbocado, para ser su señor y su jinete. Es una experiencia formidable, cuyo ejemplo irradia a toda tu familia. Quizás les pese las limitaciones de tu cuerpo. Pero les hará un enorme bien –y disfrutarán– con el crecimiento amoroso de tu espíritu. Eso es hacerse persona mayor, en vez de viejo amargado y marchito. La diferencia está en tu decisión interior.
Un conocido mío – Leopoldo Abadía-, célebre profesor de una afamada Escuela de Negocios y popular escritor, decía el otro día: “La cuestión que me planteo, como padre de padres y abuelo de mis nietos, no es qué mundo les estoy dejando. Lo que me interesa y ocupa es qué hijos y nietos dejo a este mundo. Si son gente de bien, simpáticos, honrados, nobles, de buenas costumbres, que sepan distinguir el bien del mal, que ayuden a los demás, que estén bien preparados profesionalmente… el mundo será maravilloso”.
Ese es el espíritu de persona mayor. Más que nunca, pese al estado de tu cuerpo, cuando eres padre de padres y abuelo descubres como mejorar la sociedad en concreto y no en utopía abstracta. ¿Cómo? Creciendo adentro en la calidad de tu amor y de tu persona para que así dejar los mejores hijos y nietos a este mundo. Aprovecha cualquier minucia de tu vida corriente. Esa es la revolución de los “ancianos”. Lo que hace que sean una bendición en sus familias.